Sexpedida de Soltera
«Permitan que me presente. Me llamo Pandora y tengo un coño matrícula de honor».
Pero ¿quién es Pandora Rebato? Shakesperare la describió en el siglo XVI, muchos años antes de que ella naciese, como una «lasciva ninfa contoneante» (Ricardo III), pero para los miles de lectores de su blog, La cama de Pandora, «es un soplo de aire fresco entre tantas noticias desagradables» y «una mujer que se atreve, por fin a hablar de sexo sin tapujos», pero también un modelo a seguir: «todas las mujeres deberíamos ser así de liberales en el sexo, ¡lo bien que lo íbamos a pasar!», y, en definitiva, una agradable sorpresa: «le das una cara nueva al sexo sin compromiso»
Sin embargo, Pandora ahora tiene un dilema vital: seguir como hasta ahora con su deliciosa vida alegre de soltera o hacerse monógama, que no tiene nada de malo, si no fuera porque a algunas personas el amor, más que cegarlas, les hace ver lo que no es... Pero para eso están los amigos de Pandora, dispuestos a abrirle los ojos.
En esta novela, los seguidores del blog La cama de Pandora, encontrarán la misma combinación irresistible de humor y sexo que ha convertido al personaje en su diosa particular y aquellos que todavía no hayan tenido el placer, se convertirán, sin duda, en adictos a sus aventuras.
ASÍ COMIENZA
Permitan que me presente. Me llamo Pandora y tengo un coño matrícula de honor. Así, como suena. Sabía perfectamente que esa frase lo cambiaba todo. La escribí casi sin pensar. Pero cuando la repasé después, me di cuenta de que era como quitar de golpe la sábana que cubre la sorpresa, y ahora ya sabíamos todos de qué iba a ir la fiesta: de historias de, por y para follar.
—No es verdad que te dijo eso… Dime que no, por favor.
A Julia, mi jefa, le había dado un espasmo de risa y, después de varios segundos de carcajadas (que decidí tomarme como un cumplido, no como una reacción a la incredulidad sobre la calificación inmejorable de mi sexo), se sujetó el pecho con una mano, mientras con el dorso de la otra se secaba las lágrimas.
—Espera, que sigo…
Me lo dijo la otra noche un solícito joven en calcetines y camiseta cuando, metido en mi cama, echó una mirada de soslayo de mi ombligo para abajo. Su estilismo, la verdad, tenía un cero en glamour, pero la escena, como mínimo, tuvo su aquél...
—Hombre, por fin un coño como Dios manda.
Yo no sabía que Dios mandase algo en cuestión de coños, así que por curiosidad y por seguir la broma hice la pregunta.
—¿Como Dios manda? ¿Cómo es eso?
—Pues con todo lo que tiene que tener. Un coño matrícula de honor.
Sí señor. A mí, que nunca nadie me había alabado las bondades de mi anatomía inferior, la cosa me hizo gracia. Y la verdad es que después, cuando él ya había cumplido (y muy bien, por cierto) con lo suyo y yo con lo mío, desvelada por sus ronquidos, le di una vuelta a la calificación más alta que he sacado en mi vida. Así, de entrada, lo que yo tengo entre las piernas es de lo más normalito. Y como Genaro era la primera vez que lo veía en su vida y cuando lo dijo, todavía no había hecho más que una prospección visual, imagino que lo que era de matrícula de honor tenía que ser evidente a simple vista.
—¿De verdad te lo follaste en camiseta y calcetines? No sé si me decepcionas o me sorprendes.
La pregunta me pilló desprevenida.
—Dijo que tenía frío… ¡Si hasta nos metimos debajo de las sábanas! ¿Qué querías que hiciera?
¿Que expulsara de mi cama a un pobre hombre tiritando? En mi descargo te diré que se los quitó un poco después. Es lo que tiene el calor corporal… Nos reímos un buen rato. Julia tiene una imaginación fantástica y ésa es la razón por la que me encanta confesarle mis historias. Es como si tuviera una cámara de cine en la cabeza. Creo que se monta pequeños cortometrajes mentales con lo que le cuento. A veces, incluso, pienso que se le va un poco la olla.
—Pandora, tenemos que publicar esto. ¿Puedes hacer más?
La miré como debieron de mirar los indígenas americanos a los descubridores del Nuevo Mundo. Lo dicho: definitivamente, mi jefa estaba chalada. Había escrito esas líneas una mañana de intensa migraña porque el muchacho en cuestión (sí, el de
los calcetines y la camiseta) no me había dejado pegar ojo con sus ronquidos y sus espasmos sorpresa. Tras echarle de casa al día siguiente (el condenado no se quería ir) y después de varios intentos fallidos de llamar a Julia para contarle mi odisea nocturna, decidí ponerlo todo negro sobre blanco tal y como lo recordaba.
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