miércoles, 15 diciembre 2010, 23:08
Señales de humo por Madrid
En la categoría: En directo
La semana pasada (día 9 de diciembre) tuve la gran suerte de no perderme un concierto que prometía ser muy diferente a los demás y que, visto el resultado, cumplió con creces las expectativas. Los estadounidenses Woven Hand visitaban Madrid y hechizaron a los presentes con un ritual propio del mejor jefe indio. Pero vayamos por partes...
Woven Hand es una banda liderada por David Eugene Edwards (ex 16 Horsepower) que descubrí hace unos años y que me llevó a comprar uno de sus álbumes de estudio (Mosaic, 2006). La envolvente y profunda voz del cantante, así como sus sonidos tribales y experimentales mezclados con el rock, el folk y el country, hicieron de aquella compra todo un flechazo a primera escucha.
La música que crean nace de la espiritualidad de un vocalista nacido en la América profunda y cuyas inquietudes le llevaron en su día a ser 'poseído' y atrapado por las raíces indias de su país. Era algo que me atrajo mucho de un grupo que parece empeñado en no parecerse a nada ni a nadie y que posee una personalidad que llena los lugares por donde toca.
Esto era algo que quería comprobar en mis propias carnes y, por mera casualidad, me topé hace unas semanas con un cartel donde rezaba que Edwards y los suyos venían a Madrid. No conocía ninguno de los otros cinco discos, ni siquiera el que venían a presentar, The Threshing Floor. Pero daba igual. La idea no era conocer las canciones. El objetivo era captar la esencia y el ambiente que provocaba una banda tan peculiar.
Acompañado de un amigo, me presenté en la sala Caracol con la incertidumbre de no saber muy bien qué nos esperaba en su interior. Con el telón todavía echado, la curiosidad aumentaba al mismo tiempo que el número de asistentes. De pronto, las luces se apagaron. El telón comenzó a deslizarse y el grupo, ya puesto en su sitio, comenzó con su ritual ceremonial...
Parte del público parecía tener la misma incertidumbre que yo, y juntos nos quedamos casi sin movernos con el fin de intentar comprender lo que habíamos ido a ver. Edwards, sentado en una banqueta durante todo el concierto, disponía de dos micrófonos para conseguir efectos diferentes con su voz. Entre canción y canción solía lanzar discursos, inmerso en un aparente trance que le convertía, por momentos, en un jefe indio con vocablos que pocos o ninguno de los presentes lograba entender.
El resto de la banda, dispuestos con todo tipo de instrumentos que iban desde tambores, darbukas, badhrans, hasta un arpa elaborada con una cornamenta animal, ponían el sonido intrigante y y demoleador en temas como el que da nombre al último disco, The Threshing Floor, A Holy Measure o His Rest.
Otra de las cosas que no esperaba encontrar en este concierto era la extraña sensación de pensar en Jim Morrison cuando Edwards proseguía con sus sermones y sus gestos con la cabeza. Y, al parecer, no fui el único. Mi amigo y otros presentes también notaron el espíritu de The Doors sobrevolando el ambiente que lograron crear Woven Hand.
Terminó el concierto, pero quedaban los bises. En el descanso, de fondo, nuevamente música de los indios americanos que animaban a un respetable totalmente entregado. Edwards y sus 'apaches' volvieron al escenario, a su territorio comanche, para ofrecernos algunos de sus ya clásicos temas: Your Russia, Whistling Girl, la aplastante Winter Shaker o All is Glory.
Pero, como todo lo bueno tiene un final, Woven Hand se tuvo que despedir y dejarnos a todos con ganas de más, de mucho más. Fue un recital tan mágico como inimitable. Edwards logró desplegar todo su arsenal contra un público al que se le quedaron grabadas para siempre unas señales de humo que todavía flotan por Madrid.
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